Es sabido que nuestro estado emocional tiene un efecto poderoso sobre la elección de alimentos. En muchas ocasiones, sin darnos cuenta, tendemos a rebajar tensiones que nos molestan con la comida.
Una de las causas del comer emocional puede ser que durante nuestra vida hemos asociado la comida como herramienta para afrontar situaciones o problemas. ¿A quién no le han dado una golosina cuando era pequeño para que no llorara? Esta experiencia se ha llevado a la edad adulta. ¿Quién no se ha comido una tarrina entera de helado triste tras una ruptura amorosa? Cuántas veces hemos dicho: ¡Cómete ese trozo de tarta, te lo mereces! Tenemos aprendido e integrado en nuestro comportamiento consumir ciertos alimentos para hacer frente a situaciones que no sabemos cómo gestionar.
Además, cuando estamos nerviosos, tristes, aburridos, etc., nuestro cuerpo nos pide alimentos muy palatables, ricos en grasas y/o azúcares porque estas sustancias activan sistemas de recompensa en el cerebro liberando serotonina la cual es responsable de esa sensación de calma y bienestar que tanto nos reconforta, parece que así afrontamos mejor lo que nos sucede.
Llevamos varias semanas de confinamiento y muchas personas podemos estar experimentando ansiedad, preocupación por nuestros familiares, por nuestra economía o por la propia situación de pandemia. Es por ello que puede aparecer una necesidad recurrente de acudir a la nevera o despensa y me gustaría hacer distinción entre dos conceptos.
HAMBRE REAL:
Aparece poco a poco, la comida te deja satisfecho y sin remordimientos, puede esperar y eres consciente de la cantidad que estás comiendo.
HAMBRE EMOCIONAL:
Aparece tras una emoción de forma repentina, te apetece un alimento en concreto, no tienes consciencia de la cantidad, sigues comiendo aún estando saciado y, tras comer, tienes sentimientos de culpa y vergüenza.
Cuando se siente el hambre emocional, antes de ir a la cocina, sugiero que paremos e identifiquemos qué pensamientos y sensaciones nos invaden. Sólo así podremos trabajar y gestionar esas emociones en concreto. Sino atendemos a lo que sentimos por más que comamos no vamos a encontrar la solución ni a arreglar nada porque no estamos resolviendo el problema sino enmascarándolo.
¿QUÉ PODEMOS HACER?
Lo primero de todo es controlar nuestro entorno, si llenamos el carrito de la compra de alimentos no saludables y los tenemos a mano será muy probable que, antes de elegir una pieza de fruta para merendar, nos apetezcan las papas que hemos comprado, es lógico.
Sin hacer apología de prohibir alimentos no saludables, considero muy importante ser flexibles y permisivos, el problema es cuando no somos capaces de controlar su consumo.
Mi consejo: si no lo vemos, no lo vamos a comer. Si los compramos, que sean en poca cantidad y no los pondremos ni a la vista ni accesibles.
OPCIONES SALUDABLES PARA PICAR
Olvidemos los alimentos aparentemente saludables enmascarados tras la denominación “light”. Basa tu picoteo en comida real como encurtidos u hortalizas crudas acompañadas con un chorrito de aceite de oliva o untables saludables como el hummus. Otras opciones son tomates cherry, berberechos, mejillones, yogur natural con un puñado de frutos secos o una pieza de fruta como la manzana.
En general, aquellos alimentos crujientes y que requieren ser masticados te distraerán y producirán más saciedad. Si tu deseo por el dulce es irremediable, prueba a preparar tus propios dulces caseros con ingredientes saludables, encontrarás numerosas recetas en blogs de alimentación.
Otras técnicas que pueden ser muy efectivas en estos momentos son la actividad física y la meditación ya que liberan endorfinas lo cual te relaja y te evade. Si aún así sientes descontrol, no dudes en contar con ayuda de un profesional de la salud.
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